El fracaso de los simplificadores

Guido Lara 

 Presidente Fundador de LEXIA. Doctor en Teoría de la Comunicación y Métodos de Investigación Social por la Universidad Complutense de Madrid y comunicólogo de la Ibero. Ha asesorado campañas presidenciales, diseño de políticas públicas, modelos de negocio, construcción de marcas y mensajes publicitarios. Experto en consultoría basada en insights para generar soluciones de mercadotecnia, branding y comunicación. A caballo entre la capital del imperio azteca y la capital del imperio “yanqui”. Con su mirada de analista e intérprete de lo social nos pone un espejo para reflejarnos en las realidades, distintas pero ya no distantes, de México y Estados Unidos.




Simplificar, ser simples y hasta simplones es la gran fortaleza -para ganar elecciones- y la gran debilidad -para gobernar- de personajes políticos como López Obrador, Bolsonaro o Trump.
Ganar elecciones es más fácil que gobernar, pregúntenle a Vicente Fox, Enrique Peña Nieto, Cuitláhuac García, Cuauhtémoc Blanco o al propio López Obrador. Una elección es un evento único que se dirime con un resultado simple: gana el que obtiene más votos.
Gobernar es diferente. Es una responsabilidad permanente con múltiples y complejas implicaciones.
Ningún grupo humano es fácil de gobernar, ni una familia, ni un salón de clases, ni una empresa, ni una colonia, ni un municipio. ¡Imagínense un país!
Escribamos mil veces: gobernar no es fácil, gobernar no es fácil, gobernar no es fácil…
La dificultad de gobernar ha quedado escandalosamente demostrada con la fallida respuesta de los nuevos liderazgos simplificadores ante la crisis del Covid 19. Esta incompetencia causará miles de muertes y millones de empleos perdidos adicionales a los inevitables. Verdaderamente una tragedia.
Estados Unidos ya es el país con mayor número de muertos en el mundo, Brasil va a la cabeza en Latinoamérica y nada nos indica que México vaya a ser ejemplar.
Salta a la vista que los simplificadores no son confiables para conducir el timón durante la peor tormenta mundial que hayamos vivido nunca.
Los liderazgos simplificadores tienen muchos rasgos en común.
Siempre escogerán el camino y la salida “fácil” (todos los males se esfumarán cuando se acabe con la corrupción … ¿o cómo era?).
Alientan el pensamiento mágico -ideológico, religioso o idiosincrático- al mismo tiempo que combaten los hechos y las evidencias científicas.
Buscan colocarse por encima y asumirse como superiores. No lo son -ni intelectual, ni moral, ni “virilmente”- pero ellos actúan como si lo fueran.
Esgrimen que su triunfo electoral invalida cualquier cuestionamiento a su gestión. Toda crítica es descalificada, menospreciada y tachada de ilegítima por defender supuestos intereses ocultos.
Desprecian y desperdician la inteligencia colectiva. No creen que dos cabezas piensan mejor que una. Solo importa la suya.
Aman el poder de su voluntad. Atribuyen su éxito a su capacidad de aplastar, nunca de convencer.
No aceptan responsabilidades. Son maestros en el arte de echar culpas, distraer y desviar la atención. La culpa siempre es de otros. Asignar culpables y apuntar con el dedo son actividades cotidianas.
No entienden -ni se preocupan por entender- problemas complejos: la economía, el calentamiento global, los mercados petroleros, las características de una pandemia.
No estudian los temas, no hacen trabajo de escritorio, escuchan poco y mal a sus asesores.
Se manejan por intuiciones, reflejos e ideas preconcebidas. La suerte de sus gobernados depende del grado de error de estas.
Son ciegos a los cambios en el contexto, no los ven y, sobre todo, no los quieren ver. Es una ceguera autoinducida.
Si la realidad no coincide con sus puntos de vista, peor para la realidad. Creen que sus creencias son más valiosas que las evidencias. Siempre se escudarán en “otros datos” o “alternative facts”.
A pesar de que para ganar lograron captar intuitivamente los sentimientos básicos de sus electores, las personas con nombre y rostro no les importan. Basta rascar un poco y se descubre la profunda falta de empatía. Nada es más valioso que su propia imagen.
Escuchan poco y hablan mucho. No dialogan, monologan. No argumentan, ponen apodos, generan etiquetas o frases ocurrentes y pegajosas. Divierten o irritan.
Su fuerte es dominar la agenda mediática e imponer su narrativa. Al concentrarse en ello descuidan la gestión administrativa de sus gobiernos. Su objetivo principal es manejar la opinión pública, las políticas públicas les tienen sin cuidado.
Se concentran exclusivamente en administrar su narrativa. Fuera de eso, no hacen un café. Su indicador de cabecera es su porcentaje de aprobación en las encuestas y no los resultados prácticos de su gestión.
Su primera reacción siempre será proteger su narrativa, para lo cual no les importa ocultar, tergiversar o de plano mentir. Instintivamente ocultan información creyendo que con eso el problema desaparece, puerta falsa porque crece y se pudre.
Les saca ronchas la complejidad de gobernar con contrapesos institucionales: su propio gabinete, senadores, diputados, jueces, magistrados, instancias autónomas, organismos multilaterales. Su pulsión es acabar con esa complejidad, ya sea ocupando, debilitando o anulando esos equilibrios.
Prefieren tener cerca a leales ¿honestos?, en lugar de personajes competentes con incómoda voz propia. Salvo contadas excepciones -que son las que mantienen sus gobiernos a flote- se rodean de colaboradores florero. Cuanto mejor, si tales colaboradores tienen algo que al menos sirva como símbolo (los “generales” de Trump, los “capitanes” de Bolsonaro o los “apellidos históricos” de AMLO).
Para salir lo mejor librados posibles, las soluciones serán complejas o no serán. No saldremos adelante con dichos y chistoretes sino con ciencia, técnica, administración, modelos estadísticos, tratamientos clínicos, pruebas masificadas, organización, coordinación, diálogo, gestión, negociación, financiamiento, creatividad e innovación. Juntos y entre todos.
La vida social es mucho más compleja que la burda simplificación que nos atormenta mañana tras mañana, noche tras noche. En momentos como los actuales asumir la complejidad es literalmente una cuestión de vida o muerte.
Todas estas características de los liderazgos simplificadores, que en mala hora nos han tocado en los tiempos del Covid 19, se verán reflejados en dolor, sufrimiento, angustias, frustraciones y entierros. Esas son las realidades que debieran importar y no la posición en las encuestas. Esos serán los saldos del terrible fracaso de los simplificadores.