El coronavirus

Sin darnos cuenta cómo, el coronavirus ha azotado a la humanidad con tal precisión y virulencia que se nos han derrumbado buena parte de nuestros esquemas. Apenas nos quedan los valores fundamentales que nos sustentan a cada uno de nosotros. Llenos de incertidumbres, sabemos que esta crisis será temporal pero no a cuántos y a quiénes se llevará en su camino. Cuál será su costo final en vidas y en quebrantos económicos. Más de medio millón de ERTEs han sido ya solicitados por las empresas. Se arbitran medidas que no pueden llegar a todo lo roto. Hasta sueños y proyectos sólidamente labrados están sufriendo este zarpazo.
Hay una oleada de solidaridad, sin embargo, en quienes son capaces de atesorarla. Profesionales que se multiplican para ayudar, personas dispuestas a contribuir como sea. Se estrechan lazos que creías perdidos. Se exacerban las emociones que tan pronto te llenan los ojos de lágrimas como te impulsan a luchar y hasta a sonreír con ingeniosos memes. Pasamos de la esperanza a la indignación. Del miedo a la confianza razonada. Termómetro a mano, hiper alertas a cualquier síntoma y al suspiro de alivio si es el caso. Mientras aguardamos, impotentes en realidad, a ver si no nos alcanza la garra del coronavirus, a los nuestros, a nosotros. Y algunos, muchos, ponemos todos los medios que nos indican para impedirlo.

Y todavía no se ve la luz al final. España suma este martes 514 fallecidos con coronavirus en un día y se acerca a los 40.000 casos. Espeluznantes las cifras de Madrid con una tasa de mortalidad del 12,4%, récord absoluto. Hoy mismo se ha sabido que la Comunidad de Madrid mantiene cerrada una UCI totalmente equipada en el Hospital Público Infanta Sofía. Al tiempo, 5.400 sanitarios se encuentran contagiados de coronavirus, 1.500 más que ayer, poniendo en peligro su salud y la respuesta del sistema a la enfermedad. Una sanidad esquilmada restó elementales sistemas de protección.
A estas alturas de la pandemia, el pasado debería borrarse, ya no cuenta cómo empezó, los medios que se cercenaron, hay que resolver el presente y prevenirse ante el pasado que quiere volver. Surgen infinitos capitanes a posteriori que sabían lo que ocurría al parecer y a nadie avisaron. Feroces críticos de lo que se hace y no se hace ante una pandemia que desarboló a los dirigentes de todo el mundo –en mayor o menor grado- salvo apenas a los de China y Corea del Sur, que tenían experiencias previas de errores y aciertos en circunstancias similares. En el caso español, muchas de las críticas aspiran al indisimulado deseo de tumbar al Gobierno español o, al menos, la coalición. La ferocidad y sesgo, manipulación incluso, con las que se sirven no dejan lugar a dudas.
Las redes están infectadas del virus del odio que propagan esa mezcla de indeseables y estúpidos que siempre actúan a favor del poder que solo piensa en sus beneficios. Desde luego, una gran parte de los ciudadanos no se pasan en Twitter todo el día experimentándolo, pero sus ecos les llegan por los púlpitos envenenados de algunos medios y, finalmente, en forma de bulos por WhatsAPP. Son nuestros enemigos, hemos de ser conscientes de esa realidad. Ahora ya no es una mera discusión dialéctica, los tuyos y los míos, los colores; en la práctica actúan a favor de los virus que arrasan la salud, la economía y la decencia.
Lo podemos comprobar cuando desde las ventanas se persigue a los que salen a curarnos a los hospitales. Porque es lo que han hecho algunos. El tan alabado aplauso ha sufrido alguna contaminación al pasar de agradecer la labor de los sanitarios a las 20.00 a dar una cacerolada a las 21.00 al Gobierno que, desde luego, intenta hacerlo lo mejor posible paliando los destrozos en la sanidad pública. Responsabilidad de quienes les incitan a hacer sonar las sartenes y pucheros, precisamente. Cualquiera diría que con esa protesta se quería rebajar el sonido de la lanzada contra el Jefe del Estado al conocerse las cuentas en paraísos fiscales de su predecesor y padre Juan Carlos de Borbón, de la que el propio Felipe VI figuraba como beneficiario y conocía desde un año atrás. Con ese entramado de millones supuestamente entregados por la monarquía saudí que acaban en manos de la examante y hoy encarnizada contrincante Corinna Larsen.
Vamos a ver algunas actuaciones notables de estos días para que cualquiera pueda sacar sus conclusiones. Igual son por casualidad. Arrecian las portadas y columnas, los programas de radio y tertulias sospechosamente críticos. Luis María Ansón atribuye las informaciones a una campaña para dañar al rey emérito de la que hubiera participado pues el diario británico The Telegraph y otros varios, además de unos pocos españoles. Daño, dice; no revelación. Para el empleado de El Mundo Javier Negre, la cacerolada es contra el Gobierno, ¡con la misma foto! El Español de Pedro J. Ramírez la adjudica a Pablo Iglesias, repitiendo foto también. Al vicepresidente Iglesias le atacan tanto "por su gestión" como por tener un papel secundario en ella. "Iglesias, se ahoga", escribe Zarzalejos. Punto destacado a atacar con similares intenciones es la manifestación feminista del 8M atribuyéndole el origen del contagio, como si solo hubiera habido esa concentración. Ni mucho menos fue así, lean aquí.
Un grupo de medios resucita las tertulias y columnas condenatorias. "La pesadilla de Podemos", en El País. "La deslealtad de Pablo Iglesias", en El Confidencial. Los Telediarios de TVE dan como noticia la cacerolada con un rótulo que condena sin paliativos al Gobierno e iniciando el corte en montaje con un grito de "al Coletas". Un montaje no es casual, jamás. No cabe mayor bochorno y más cuando habían ofrecido pocos días antes una recogida de firmas de change.org con 13.000 tan solo. Lo justo y lo operativo sería el cese de los responsables. El derecho a la información se precisa más que nunca.