Tartesos trata de sobrevivir a sus mitos.

J. A. Aunión

El País/Cultura/ 9 de junio 
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Tartesos sigue envuelto en las brumas del misterio. Por más que la ciencia
se revuelva y pelee enconadamente por iluminar con datos aquella
civilización prerromana del suroeste de la península Ibérica, no termina de
escapar de la leyenda de Hércules y su décimo trabajo entre personajes
fantásticos en los confines del mundo conocido; o de la historia de aquel
sabio inusitadamente longevo Argantonio, rey de una tierra de inagotables
riquezas. “La base de todo sigue siendo textual”, resume el catedrático de
la Carlos III Jaime Alvar, uno de los grandes expertos en la materia, porque
“la arqueología ha sido muy avara”.

Es decir, que los textos de origen grecolatino —de Heródoto y Estrabón a
Avieno— son los que continúan sujetando los pilares del núcleo de Tartesos,
una cultura ubicada tradicionalmente en la primera mitad del primer milenio
antes de Cristo en torno a lo que hoy es Huelva, Sevilla, una parte de
Córdoba y Cádiz. Existen muy pocos restos de envergadura, probablemente
porque están enterrados bajo capas turdetanas, latinas, medievales… Y los
edificios más importantes que se han conocido hasta ahora son periféricos
tanto en el espacio (por ejemplo, en Málaga o Badajoz, donde una excavación
sacó a la luz en abril un edificio tartesio único en el Mediterráneo
occidental) como en el tiempo (o muy al principio o muy al final del periodo
propiamente tartesio).

Así, entre teorías y contrahipótesis que se van superponiendo sobre sus
orígenes, su hibridación con los fenicios —cuyo comercio y conocimientos sin
duda impulsaron el florecimiento cultural— y su misterioso final, los
investigadores se mueven con pies de plomo mientras el imaginario colectivo
cubre los huecos con auténticas fantasías esotéricas de ciudades míticas y
tesoros escondidos. Por eso, el propio Jaime Alvar impulsó a finales de 2011
un manifiesto que quería poner un poco de orden y alcanzar, entre los
especialistas reunidos en un gran congreso celebrado en Huelva, “un consenso
de mínimos, la base de lo que debiera saber sobre el tema un bachiller”,
explica el profesor.

No fue fácil, confiesa Alvar, porque aunque la ciencia se mueva sobre bases
más sólidas, la escasez arqueológica también provoca enconados
enfrentamientos académicos. No obstante, lograron acordar, por ejemplo, que
se trata “de una cultura del suroeste peninsular, confluyente con la
presencia colonial fenicia, hechos que eclosionan en la brillantez y riqueza
a las que aluden las fuentes literarias griegas con el nombre de Tartesos y,
tal vez, alguna mención en las bíblicas”. Que “su desarrollo histórico” se
remonta al siglo IX antes de Cristo y experimenta “una amplia evolución en
las centurias siguientes, fundamentalmente en los siglos VIII, VII antes de
Cristo”. Se dio, además, por superada la idea de un territorio políticamente
unificado bajo una monarquía hereditaria (se habla de núcleos de poder al
modo de ciudades-Estado) y también la de un final vinculado a una guerra
perdida con los cartagineses (en este caso, se trataría de un declive
económico de origen, eso sí, incierto).

El descubrimiento más reciente es el de Badajoz, un insólito edificio de dos
plantas del que ya han salido extraordinarios hallazgos
A partir de ahí, la arqueología sigue, lenta pero segura, abriendo camino.
Pero con el yacimiento jerezano de Mesas de Asta (quizá la ciudad de Asta
Regia de la que hablaron Estrabón o Pomponio Mela) a la espera de que
alguien lo excave, los más prometedores están en esa periferia de influencia
tartesia mencionada por Alvar. El descubrimiento más reciente es el del
Turuñuelo de Guareña, en Badajoz, un insólito edificio del siglo V antes de
Cristo de dos plantas y una hectárea de tamaño del que ya han salido
extraordinarios hallazgos. Por ejemplo, el de una escalinata monumental
hecha con unas técnicas (sillares y encofrado) y unos materiales (arena del
río y arcilla mezcladas con cal) que se pensaba que no se habían utilizado
en todo el Mediterráneo occidental hasta mucho tiempo después.

Aún queda mucho por excavar y por interpretar en el Turuñuelo, un yacimiento
dirigido por los arqueólogos del CSIC Sebastián Celestino y Esther Rodríguez
dentro de un proyecto más amplio que tiene, entre otros, el ambicioso
objetivo de “interpretar la sociedad tartesia a través de la arqueología y
la arquitectura” del Valle Medio del Guadiana. Pero lo descubierto hasta
ahora ya apunta a que los conocimientos llegados del oriente mediterráneo
aplicados en ese contexto diferente (con los materiales y las necesidades
del entorno) daban resultados nuevos y distintos. Algo muy parecido a lo que
señala en el otro extremo de la periferia tartesia, en Manilva (Málaga), y a
varios siglos de distancia, el yacimiento de los Castillejos de Alcorrín.

Se trata de un fugaz asentamiento protourbano amurallado (levantado a
finales del siglo IX antes de Cristo, se abandonó a principios del VIII)
donde se produjo uno de los primeros encuentros documentados entre los
fenicios y los pueblos indígenas, lo que lo convierte en un espacio
privilegiado para describir ese proceso de hibridación o yuxtaposición que
habría configurado Tartesos. Es una zona urbana rodeada por una imponente
muralla (de entre dos y cinco metros de grosor) donde convivieron y se
mezclaron claramente elementos locales y foráneos tanto en la arquitectura
como en las cerámicas y las técnicas de transformación del hierro.

La especialista Dirce Marzoli, del Instituto Arqueológico Alemán, que dirige
los trabajos junto a colegas de la Complutense, no se atreve a hablar en
este caso de ciudad-Estado; se queda en un “centro de poder centralizado”.
Un centro que controlaría una zona muy importante, pues no solamente fue
capaz de planificar semejante obra, sino que tenía autoridad para movilizar
la ingente cantidad de trabajadores necesarios (incluidos especialistas como
arquitectos) para llevarla a cabo.

Así, mientras se sigue excavando en el Turuñuelo y se prepara la siguiente
campaña de Alcorrín, los estudiosos esperan como agua de mayo, después de
casi cuatro décadas de trabajo, la publicación de los resultados definitivos
sobre el yacimiento del castillo de Doña Blanca, en la provincia de Cádiz.
Un asentamiento amurallado que se ocupó entre los siglos VIII y III antes de
Cristo, que pudo ser el núcleo de un gran centro de poder (que incluiría
Gadir, la ciudad de Cádiz) y que es “clave para el estudio de los fenicios
de occidente”, según el profesor de la Universidad de Cádiz y director de
las excavaciones, Diego Ruiz Mata. El investigador, que asegura que ya está
preparando siete volúmenes con los resultados de sus trabajos, habla de un
entorno rico gracias a los metales, el vino, el aceite y los salazones, y de
una sociedad que fue pasando poco a poco de lo tribal a lo jerarquizado.
Ruiz Mata insiste además en que el declive de la Tartesos nuclear en torno
al siglo VI no se percibe allí. “Hay un cambio, pero no una crisis”.

Sin duda, esta publicación dará muchas respuestas, pero también abrirá más
interrogantes y alimentará nuevas y enconadas polémicas. Lo habitual. De
hecho, hay pocas cosas en las que se pongan de acuerdo todos los
especialistas. Una es la necesidad de dejar atrás el territorio de lo
legendario para que Tartesos “se convierta definitivamente en una propiedad
colectiva”, dice el manifiesto de 2011. Otra es la función social de su
trabajo. “La arqueología es muy cara, pero contribuye de forma
extraordinaria a la construcción cultural de un país”, remata Alvar.
el programa.