¿Qué decir de
ti?,
¿qué naciste
ciega?,
¿qué no te
gustaba el agua?
¿qué eras inteligente,
juguetona,
dócil,
simpática, buena?.
Ya sé que no
eras
el gato
encerrado de Baudelaire,
ni el gato con
botas,
tampoco el de
Cheshire,
ni Morriña de
Wenceslao,
ni el triste y
azul de Roberto Carlos.
Cuando mi mano
levemente
peinaba tu
cabeza y lomo,
prorrumpías
contenta cra cra cra cra cra,
ni miii, ni purrú, ni grr,
aburrida
soltabas miaaaaa mia, miau, miau
y un ronroneo
suave y candencioso
dormitando
encima del televisor
como si de
porcelana fueras.
Eras la gata,
gatita,
que al llegar a casa
a horas
destempladas
con las luces
apagadas
el relumbrar de
tus ojos
a la cama me
llevaban.