Unos poemas.

Don Antonio Machado.

PARABOLA.
Era un niño que soñaba 
un caballo de cartón. 
Abrió los ojos el niño 
y el caballito no vio. 
Con un caballito blanco 
el niño volvió a soñar; 
y por la crin lo cogía... 
¡Ahora no te escaparás! 
Apenas lo hubo cogido, 
el niño se despertó. 
Tenía el puño cerrado. 
¡El caballito voló! 
Quedóse el niño muy serio 
pensando que no es verdad 
un caballito soñado. 
Y ya no volvió a soñar. 
Pero el niño se hizo mozo 
y el mozo tuvo un amor, 
y a su amada le decía: 
¿Tú eres de verdad o no? 
Cuando el mozo se hizo viejo 
pensaba: Todo es soñar, 
el caballito soñado 
y el caballo de verdad. 
Y cuando vino la muerte, 
el viejo a su corazón 
preguntaba: ¿Tú eres sueño? 
¡Quién sabe si despertó! 


ERAN AYER MIS DOLORES.
Eran ayer mis dolores
 como gusanos de seda
que iban labrando capullos;
hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas
he sacado blanca cera!
¡Oh tiempo en que mis pesares
trabajaban como abejas.
!Hoy son como avenas locas,
o cizaña en sementera,
como tizón en espiga,
como carcoma en madera.
¡Oh tiempo en que mis dolores
tenían lágrimas buenas,
y eran como agua de noria
que va regando una huerta.
!Hoy son agua de torrente
que arranca el limo a la tierra.
Dolores que ayer hicieron
de mi corazón colmena,
hoy tratan mi corazón
como a una muralla vieja:
quieren derribarlo, y pronto,
al golpe de la piqueta.

A UN OLMO SECO.
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido. 
¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento 
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento. 
No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores. 
Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas. 
Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas de alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas; 
antes que el río hasta la mar te empuje 
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.