LAS BODAS DE ANTAÑO
Como me lo
contaron os lo cuento. Voy a narraros o relataros, como queráis, las costumbres
que en lo referente a las bodas había en nuestro pueblo hace ya bastantes años,
algunas de las cuales puede que subsistan todavía. Antes de continuar he de
hacer una advertencia. En la época a que se contrae este relato la sociedad
estaba dividida, por razones económicas, preferentemente, en tres clases,
perfectamente definidas o delimitadas: alta, media y baja.
En las bodas
que se celebraban en Quintana, en tiempos no tan lejanos en el espacio, cuando
se casaban las señoritas pertenecientes a la clase alta llevaban un vestido
largo de color negro con cola y velo blanco -¿de tul ilusión?- Fue una novedad
el que una de estas chicas vistiera un traje largo de color gris con cola.
Cuantos la vieron coincidieron en que le imprimía un signo de distinción y
elegancia. Al contraer matrimonio, tanto al novio como a la novia les hacían
entrega sus respectivas familias del ajuar: ropa en abundancia de diferentes
clases y 5.000 pesetas en metálico (esta cantidad era entonces un capital), que
constituía lo que a la sazón se denominaba la hijuela, a cuyo fin se redactaba
un documento en el que se hacía constar de forma detallada y pormenorizada los
bienes que cada uno de los contrayentes habían recibido, documento que firmaban
ambas partes. Se hacía así porque, en el caso de que no tuvieran descendencia,
al fallecimiento de uno de los cónyuges sus familiares retiraban los bienes que
habían aportado al casarse.
El banquete
nupcial, pantagruélico, tenía lugar en la dependencia principal -sala- de la
casa del novio, al que únicamente asistían los familiares y amigos íntimos.
Para los invitados se disponían unas largas mesas con exquisitos dulces y
bebidas diversas. Los obsequios se hacían después de la boda, bien en dinero u
objetos de regalo.
Tanto las
familias acomodadas como las económicamente débiles les compraban a la novia
tres vestidos: uno para la confesión y comunión, sacramentos ambos que tenían
lugar por la mañana, en la misa (en la época a que me refiero no había misa por
la tarde); el de la boda, con velo, ramo blanco (símbolo de la pureza) y
zapatos, y el de la tornaboda, día siguiente al de la boda. La familia del
novio, de clase alta, le regalaba a'la novia el aderezo: pendientes, pulsera,
sortija y broche. El día de la tornaboda se reunían ambas familias en la casa
de la novia para desayunar y merendar, viandas que eran enviadas, ya cocinadas,
por la familia del novio. La luna de miel la pasaban, generalmente, en una casa
de campo, propiedad de uno de los padres de los recién casados.
Como final os
contaré un caso que sucedió en Quintana relacionado con las hijuelas. El padre
de la novia le exigió al padre del novio, de clase media baja, que tenía que
entregarle a su hija una muía, cosa que le era imposible de cumplir porque
solamente tenía una y la necesitaba para ir al campo, lo que motivó una fuerte
discusión que estuvo a punto de dar al traste con la boda. Ante esta postura,
el novio le dijo a su padre que accediera a la petición del padre de su novia,
y así lo hizo, diciéndole a un pariente que fuera a su casa, recogiera la muía
y la dejara en la plaza de la Iglesia. En la celebración del matrimonio, cuando
el sacerdote le preguntó al novio si quería por esposa a fulanita -la novia-,
contestó con un rotundo no, agregando: "como a quien quiere es a la muía y
no a mí, que la coja y se la lleve a su casa, que en la plaza la tiene".
Escrito por Pedro Rodríguez Horrillo.