Grandes misterios de la Historia. LA ATLÁNTIDA EL CONTINENTE PERDIDO



Hace dos mil cuatrocientos años, el filósofo Platón mencionó por primera vez la historia de la Atlántida y de sus fabulosos pobladores.

En el Diálogo llamado Timeo, considerado el más representativo del platonismo desde la misma Academia de Platón, Critias, un amigo de Sócrates, le relata a éste la historia que le había contado su abuelo, a quien se la había referido el gran sabio y legislador Solón, que a su vez la había oído de un anciano sacerdote egipcio.
Según éste: «Nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles».
Las columnas de Heracles o Hércules, si empleamos el nombre latino más familiar a nosotros, son el estrecho de Gibraltar, pues como cuenta Baltasar de Vitoria en su Teatro de los dioses de la gentilidad, «Hércules hizo aquí una hazaña de las suyas, que fue dividir a aquel gran monte por medio, para que se juntasen los dos mares, el océano Atlántico y el Mediterráneo».
Situada geográficamente la Atlántida, el sacerdote egipcio precisaba luego sus características: «Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme (...) En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. Desde este continente dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa, hasta Tirrenia».
Tras referirse a un conflicto entre atlantes y griegos, el viejo sacerdote daba la clave de la desaparición de la Atlántida: «Posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra, y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy poca profundidad».
Todavía en otro Diálogo, el Critias, se explaya Platón describiendo las maravillas de la Atlántida, que en el reparto de la Tierra que habían hecho los dioses le tocó en suerte a Poseidón, quien la pobló con los descendientes que hubo de una mujer mortal.
Uno de éstos, por cierto, era el rey Gadiro, de donde vendría el nombre de Gades (Cádiz), pues reinaba en la región contigua al estrecho de Gibraltar.
El Critias nos habla de los palacios, las riquezas, los minerales, las plantas y los animales de la Atlántida, diciendo entre otros detalles fabulosos que «en especial, la raza de los elefantes era muy numerosa», lo que luego veremos cómo ha dado pábulo a ciertas teorías.
Sin embargo, los atlantes llegaron a estar «llenos de injusta soberbia y de poder», por lo que Zeus, el padre de los dioses, «decidió aplicarles un castigo para que se hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia. Reunió a todos los dioses en su mansión más importante, la que, instalada en el centro del universo, tiene vista a todo lo que participa de la creación y, tras reunirlos, dijo...».
Ahí termina bruscamente el Critias; su continuación se perdió o simplemente Platón abandonó su redacción, el caso es que nos quedamos sin conocer los detalles del castigo divino que hundió a los atlantes en el mar.
A falta de que Platón concluyese su relato, la Atlántida ha espoleado durante siglos la curiosidad y la imaginación de todo tipo de investigadores, desde científicos hasta farsantes.
Más de dos mil cuatrocientos años después, en la actualidad, hay cinco expediciones científicas en cinco zonas distintas del globo, empeñadas en descubrir los restos que confirmen la existencia de este continente mítico. Mientras aparecen esas pruebas irrefutables, la mayoría de los científicos se muestran escépticos. Sin embargo, otros investigadores creen que hay nuevos indicios de su existencia y que en el relato de Platón hay pistas que no sólo nos llevan hasta el continente desaparecido y a encontrar los secretos de una civilización legendaria, sino también a sus descendientes.
La mayoría de los científicos convencionales concluyeron hace tiempo que la Atlántida no era más que un mito salido de la fértil imaginación de Platón. Consideran su relato como una ficción, una fábula moral destinada a advertir a los atenienses de su mal comportamiento como ciudadanos.
Los especialistas en Platón señalan en cambio que los discípulos inmediatos del filósofo se tomaron en serio la historia de la Atlántida y la tenían por auténtica; ya en época helenística, la escuela alejandrina veía, en general, en la narración de Platón una alegoría, cosa que, por otra parte, no les impedía creer en la existencia del legendario continente.
«Otros lugares considerados como míticos, como la Troya de Homero, resultaron tener una ubicación real, como Heinrich Schliemann demostró a finales del siglo XIX. Descubrió la verdadera Troya y cinco niveles (nueve, entre los trabajos de Schliemann y Dörpfeld) de construcción que tenían miles de años antigüedad. Por supuesto que todos se mofaron de él y lo criticaron, pero al final demostró que tenía razón», señala el antropólogo George Erikson, autor del libro Atlantis in America. ¿Podría ser éste el caso de la Atlántida?
Platón recalcó en sus escritos que su relato era realidad, no ficción, aunque eso es un viejo recurso literario. Después de la condena a muerte de su maestro Sócrates, Platón abandonó Atenas. No se conoce con precisión por dónde anduvo, aunque muy probablemente fue a Egipto, cuya cultura tanto atraía a los griegos. Es posible que allí escuchara el relato de la Atlántida, como historia o como mito, por lo que entonces no sería propiamente un invento suyo.
Por otra parte, la forma en que Platón aleja de sí la fuente —un anciano sacerdote egipcio, que se lo cuenta a un personaje histórico del pasado como Solón, que se lo cuenta al abuelo de Critias, que en la provecta edad de los noventa años se lo cuenta a su nieto, que se lo cuenta a Sócrates, ya muerto cuando Platón escribe— indica una pretensión de distanciamiento respecto a la historia que está contando... Aunque también se puede interpretar al revés: un recurso para dar credibilidad a lo relatado, poniéndolo en boca de prestigiosos transmisores antiguos, como Solón.

EN BUSCA DE UNA CIVILIZACIÓN LEGENDARIA

Los investigadores que toman al pie de la letra a Platón afirman que lo más lógico sería buscar en Grecia y el área mediterránea, donde el filósofo vivió entre 428 y 347 a.C. Pero un grupo importante de científicos ha centrado su atención en el corredor caribeño del Yucatán, siguiendo la pista dada por Platón de que la Atlántida estaba en el océano Atlántico.
Los doctores Greg y Lora Little forman uno de los grupos que intentan hallar rastros arqueológicos del continente perdido, para ellos hundido en América, exactamente en las Bahamas. Desde hace casi cuarenta años, este matrimonio —ambos psicólogos y escritores— están explorando la zona en busca de restos de los atlantes. Hasta el momento, el indicio que más se acerca es el llamado Camino de Bimini, una formación rocosa de 480 metros de largo que se encuentra bajo el mar en la costa de la isla del mismo nombre. Fue descubierto en 1968 por un piloto y en los años sesenta un geólogo dictaminó, tras tomar muestras del interior de las rocas y para decepción de los buscadores de la Atlántida, que se trataba de rocas naturales. Sin embargo, el Camino de Bimini es una estructura que parece construida piedra a piedra, con bloques rectangulares y cuadrados, como siguiendo lo establecido en un plano. Los doctores Greg y Lora Little piensan que el Camino de Bimini pudo haber sido un rompeolas que cerraba un puerto de la capital, Poseidópolis, donde los atlantes atracaban sus barcos entre viaje y viaje por el mundo.
Además de las rocas de Bimini, los exploradores en las islas Bahamas han realizado varios descubrimientos: columnas de mármol, bloques de roca similares a los de Stonehenge y restos de muro, así como formaciones submarinas, de entre 150 y 300 metros de diámetro, con forma de figuras geométricas o letras. El matrimonio Little también se interesó por una de estas formaciones, pero cuando descendieron a estudiarla descubrieron que no era más que una agrupación de algas y esponjas, pasto de tortugas...
Seguir pistas falsas no ha desanimado en absoluto a esta pareja de investigadores, para quienes no se trata tanto de hallar la Atlántida como de encontrar la verdad sobre los restos arqueológicos de las Bahamas. Con ayuda de una pequeña cámara similar a las que la NASA envía a Marte, en el año 2003 encontraron otra formación rocosa en la costa de la isla de Andros, a 160 kilómetros del Camino de Bimini, que ellos bautizaron como Plataforma de Andros. Se trata de una capa de rocas con una estructura similar al Camino, de unos 364 metros de longitud y 45 metros de ancho divididos en tres hileras de unos 15 metros cada una. Desde que la descubrieron han vuelto cinco veces más a este lugar para cartografiar y filmar su hallazgo. Greg y Lora Little creen que la Plataforma de Andros estuvo oculta bajo la arena durante siglos hasta que el huracán Andrew la desenterró en 1992 y opinan que no se trata de una formación natural, puesto que los bloques de piedra están separados a intervalos muy regulares. Además, estos gigantescos bloques de piedra descansan sobre otras rocas de playa y, a diferencia de las naturales, tienen más altura a medida que aumenta la profundidad. Por desgracia, la mala suerte hizo que la Plataforma de Andros volviera a desaparecer bajo la arena del fondo marino en el año 2004, tras el paso del huracán Jeanne y los Little no han podido concluir, de momento, sus investigaciones.

EL RASTRO DE LOS SUPERVIVIENTES

Lo cierto es que, si los atlantes antaño atracaban sus barcos en esta bahía, tendrían fácil acceso a los océanos del mundo entero. Sus viajes desde este punto podrían haberlos llevado a tierras que ocuparían un lugar importante en su futuro, tierras todavía perdidas en el tiempo, con sus antiguos secretos e inquietantes misterios. En esta línea lleva veinticinco años indagando el escritor y antropólogo George Erikson. A diferencia de otros, Erikson no busca restos del continente perdido, sino el rastro de los supervivientes. Su libro Atlantis in America: Navigators of the Ancient World, escrito en colaboración con el profesor Ivar Zap, sostiene que algunos atlantes sobrevivieron a la destrucción de su continente y se refugiaron en distintos enclaves de Sudamérica y América Central, en concreto la península del Yucatán. «Se extendería —explica Erikson— otros 240 kilómetros hacia el norte: junto con Cuba, el doble de grande que hoy día, y las Bahamas que sería un gran banco de arena. Hace once mil quinientos años toda esta zona estaba por encima del nivel del mar.»
Según las explicaciones más clásicas, la Atlántida se hundió bajo miles de metros cúbicos de agua a causa de un gran terremoto... hace once mil quinientos años. Sin embargo, y a pesar de no conocerse entre ellos, George Erikson y Greg y Lora Little sostienen que la Atlántida tuvo otro final: una gran catástrofe de enormes dimensiones causada probablemente por el impacto de un cometa que la arrasó por completo, y que destruyó cualquier rastro de vida. Bastó un día para que este poderoso imperio se hundiera.
¿Qué opinan los astrónomos sobre la destrucción de la Atlántida? El doctor Mark Hammergren, del Planetario Adler de Chicago, no cree posible que un cometa destruyese la Atlántida: «Al examinar el historial geológico de la zona —indica— no aparece nada que muestre el impacto de un cometa sobre la tierra hace once mil años». Y si de verdad la Atlántida fue destruida de ese modo, es imposible que ningún atlante pudiera haber sobrevivido a tal catástrofe para contar a sus descendientes lo sucedido. «Eso constituye una gran pega en la teoría de la Atlántida. Si el impacto fue lo bastante potente para aniquilar por completo la isla, para borrarla por completo de la faz de la Tierra y sumergirla en el mar, ¿cómo se explica que tras semejante impacto quedasen supervivientes cerca de ese lugar?», se pregunta Mark Hammergren.
Sin embargo, George Erikson sostiene que hubo supervivientes basándose en la hipótesis de que unos cuantos habitantes del continente perdido lograron escapar hacia el Yucatán. Los atlantes, como buenos marinos, estaban acostumbrados a observar minuciosamente las estrellas. Quizá algún grupo vio algún astro distinto, algo más brillante en el cielo. Tal vez, los animales, que tienen la capacidad de captar los desastres naturales inminentes, estarían más inquietos que de costumbre y unos cuantos habitantes atentos a estas señales navegaron hacia el Yucatán, la tierra de los mayas.
Para el antropólogo George Erikson, las misteriosas ruinas halladas en el Yucatán no fueron construidas en principio por los mayas, sino por los atlantes supervivientes, y para avalar su teoría se apoya en cuatro observaciones. En primer lugar, el estilo arquitectónico de los mayas es diferente del de los atlantes. «Hay pruebas —señala— de que la pirámide de Uxmal se reconstruyó en cinco ocasiones. Nadie va a derribar esta estructura para desvelar las construcciones primitivas, pero es normal en el mundo maya que las estructuras más antiguas sean más perfectas, y precisamente éstas son más cercanas a la época de la Atlántida.»
Otra prueba en la que basa su teoría Erikson es que no hay duda, según él, de la existencia de imágenes de elefantes en los edificios mayas del Yucatán. Durante el período maya, hace mil o tres mil años, no había elefantes en América Central, pero recuérdese que Platón sí menciona que «la raza de los elefantes era muy numerosa» en la Atlántida. Claro que la mayoría de los científicos aseguran que las figuras de animales con trompa de elefante son en realidad guacamayos, ave similar al loro. Pero Erikson aporta otro dato: las esculturas de hombres con bigote y barba que se repiten en las rocas, cuando los mayas carecían de vello facial; por último, la presencia de relieves e imágenes de esculturas con formas budistas y de rasgos negroides, lo que probaría la llegada de extranjeros a través del corredor navegable de la Atlántida, idea también refrendada por las palabras de Platón, quien aseguraba que la Atlántida se comunicaba con el resto de los mares de la Tierra. «Platón dijo varias veces —afirma Erikson— que la Atlántida era una isla continental, que comunicaba los océanos de los demás continentes del mundo. Y eso es exactamente lo que hace el centro de las dos Américas», la zona de la península de Yucatán.
Estas esculturas y bajorrelieves que para George Erikson son pruebas contundentes, para Gary Feinman, conservador del Departamento de Antropología del Museo Field de Historia Natural de Chicago, tienen otra explicación. Para él los mayas cambiaron de estilo arquitectónico y escultórico a lo largo de su historia, y los hombres con bigote o los elefantes serían en realidad figuras mayas sobrenaturales y estilizadas al tratarse de representaciones de dioses. De todos modos, los científicos calculan que hasta el momento apenas se ha encontrado un 10 por ciento de las ruinas de Yucatán. La mayoría están cubiertas aún por la densa vegetación de la jungla. Posiblemente, a medida que se analicen más, en un futuro estos templos arrojen más luz al debate sobre la existencia del continente perdido.
Una hipótesis muy similar a la de George Erikson es la que guía al equipo de Greg y Lora Little, quienes sostienen que en la Edad del Hielo existió una civilización marítima en todo el Caribe y el golfo de México. Para ellos, el norte de la isla de Andros pudo haber sido un puerto y Bimini otro, justo al otro extremo de la costa. En el centro de Andros se localizaría un tercer puerto, un lugar idóneo para atracar sus naves y divisar todos los canales de navegación. En todo el continente americano, además, han proliferado leyendas que hablan de antiguos navegantes provenientes de algún lugar en medio del océano.

LOS SUEÑOS DE UN VIDENTE

Hacia mediados del siglo XX, las investigaciones sobre la Atlántida tomaron un nuevo cariz, más enigmático si cabe, cuando un visionario llamado Edgar Cayce anunció que la había visto en sueños y sabía exactamente dónde se ubicaba. Durante los años treinta y cuarenta eran muchos los que consideraban a Cayce un Nostradamus de la era moderna, y lo cierto es que realizó muchas predicciones acertadas sobre las dos guerras mundiales, el crack del 29 o la independencia de la India. Los sueños de Cayce incluían también una vívida descripción de los logros atlantes, que habían llegado a dominar la cirugía láser, podían navegar por el aire y bajo el agua, construían sus templos utilizando gases especiales que les permitían levantar las piedras más pesadas e incluso tenían un ingenio que mediante un potente cristal concentraba la energía del sol. Profetizó que a finales de los años sesenta se descubrirían algunas partes de la Atlántida y, efectivamente, en 1968 apareció el Camino de Bimini.
Después de su muerte en 1945, la Fundación A.R. E. Edgar Cayce ha patrocinado varias exploraciones en busca de la Atlántida. Actualmente, el equipo que forman Greg y Lora Little son los principales investigadores a cargo de esta fundación. Sin embargo, a pesar del apoyo de A.R.E. Edgar Cayce, se enfrentan a un gran obstáculo: la falta de financiación, que les ha impedido hasta ahora actuaciones tan sencillas como, por ejemplo, poder llevar a las islas a geólogos que inspeccionen sus descubrimientos.
Además del hallazgo de la Plataforma de Andros, la mayor de las islas Bahamas, este matrimonio está interesado en una cueva submarina descubierta allí, en 1973, por el explorador Herb Sawinski, quien afirmó que las paredes de la cueva estaban llenas de jeroglíficos y, para demostrarlo, aportó diferente material gráfico. Sin embargo, Greg y Lora Little no han podido encontrar estas posibles pruebas y contrastarlas debido a que, bajo su superficie, toda la isla de Andros es un laberinto de cuevas que, según cuentan los nativos, aparecen y desaparecen periódicamente. Estos grabados en piedra dentro de las cuevas no son comunes y, concretamente en la isla de Andros, constituiría, si se llegara a documentar, el primer caso encontrado. De todos modos, en cada nuevo viaje a las islas surgen nuevas pistas, nuevas investigaciones. La isla de Andros es un rompecabezas todavía sin resolver.
«Este lugar nos interesa, entre otros motivos, porque parece rebatir lo que la arqueología tradicional dice sobre quiénes fueron los primeros pobladores de esta zona», explica Greg Little. Los relatos de antiguos navegantes procedentes de un lugar en medio del océano han circulado de generación en generación de nativos, desde las Bahamas a Estados Unidos y Yucatán. Hay incluso quien cree que hoy día sigue habiendo descendientes de los atlantes en el mundo.
Junto con sus exploraciones sobre el terreno, Greg y Lora Little se basan en estudios genéticos para corroborar su teoría de los supervivientes. En sus investigaciones, recogidas en el libro Genética norteamericana y verdadero ADN primitivo, intentan encontrar a los sucesores de esta civilización entre las poblaciones actuales que poseen una variedad antigua de ADN llamada Haplogrupo X. «En esencia lo que hemos hecho es examinar todos los estudios hechos sobre el ADN mitocondrial. En los 42 grupos de ADN mitocondrial conocidos, incluso hoy, el Haplogrupo X demuestra que todos los americanos nativos no llegaron por el estrecho de Bering en 9500 a.C.», explica Greg Little. Lo más interesante para estos dos expertos, es que aparece en los lugares a los que el visionario Edgar Cayce aseguró que habían emigrado los atlantes. Los análisis realizados por el matrimonio Little aseguran que se da entre los vascos, los iroqueses de Norteamérica, en América Central y Sudamérica, y con menor incidencia en Oriente Próximo.

DESCUBRIMIENTOS EN LOS CENOTES

También el cineasta y submarinista Wes Skiles ha centrado sus investigaciones en la zona. En junio de 2002 descubrió una gruta submarina cerca del golfo de México, llena de una gran cantidad de objetos en perfecto estado, y de esqueletos humanos. Hay quien cree que antes de que los cubriera el agua en la Edad del Hielo, estos pozos submarinos estaban habitados por humanos.
La inmersión de Skiles y de los científicos mexicanos que lo acompañaron a bucear en estas cuevas submarinas resultó ser bastante peligrosa. Para explorar algunas zonas de estos cenotes (palabra que en lengua maya significa pozo o abismo) algunos con bocas muy estrechas, tuvieron que quitarse todo el equipo, incluso las bombonas de oxígeno, para poder acceder hasta el fondo en completa oscuridad. Los buzos sólo tenían 40 minutos para llegar hasta la cueva, 20 para trabajar en ella, y otros 40 para regresar antes de quedarse sin aire. Pero lo que descubrieron al final acabaría compensando el riesgo corrido: en las profundidades del pozo hallaron el primer esqueleto humano completo aparecido en un cenote. En posteriores expediciones, los científicos mexicanos localizarían más esqueletos.
Dos años después, al realizar las pruebas de datación mediante radiocarbono se averiguó que estos esqueletos tenían entre ocho y trece mil años de antigüedad, en torno a la misma edad que el Hombre de Kennewick, encontrado en el estado de Washington, norte de Estados Unidos. Es decir, los esqueletos eran unos cinco mil años más antiguos que los mayas, y anteriores incluso al pueblo clovis, los primeros pobladores conocidos del continente americano, así que decidieron llamarlos pre-clovis.
El antropólogo George Erikson, por su parte, lo denomina período de la Atlántida y cree que estos restos humanos de cráneo dolicocéfalo y rostro alargado, en vez de plano como sería lógico en un paleoindio, corresponderían a los supervivientes de la Atlántida. Sumado a las pruebas anteriores, todo encaja para este antropólogo: un esqueleto de diez mil años de antigüedad con rasgos sin parecido alguno a los primeros nativos centroamericanos; esculturas de razas no presentes en América de hace dos mil años; antiguos relieves de hombres con barba y bigotes, cuando los mayas no tenían vello facial... Todos son fragmentos de historia sin explicación y que cuestionan las teorías tradicionales sobre las civilizaciones antiguas y que han convencido a estudiosos como Erikson de que la Atlántida no sólo existió sino que hubo sobrevivientes a la hecatombe que dejaron su huella para mostrarnos que estuvieron allí.

LEYENDAS ANCESTRALES

Para los investigadores que creen en la existencia de la Atlántida, la prueba más contundente tal vez sean las leyendas populares transmitidas de generación en generación como recuerdos colectivos de hechos reales. Los mayas hablan de una llegada por mar para explicar su origen. Idénticos mitos fundacionales hallamos en las leyendas incas de Kontiki y Viracocha e, incluso, en Egipto, donde se cuenta que Tot llegó del oeste, surcando los mares, para crear las artes y la civilización.
El antropólogo Roberto Ramírez Rodríguez, de la Universidad de Veracruz, recoge en su obra Atlanticú historias contadas por los indígenas. Una de ellas habla de un pueblo que se hundió en el mar porque los dioses estaban disgustados con su codicia, tal y como contaba Platón en el siglo IV a.C.
El debate entre los científicos lleva varias décadas abierto. La prueba innegable todavía no ha aparecido y a los investigadores que buscan la Atlántida les queda aún un largo recorrido. Los científicos admitirían la existencia de la Atlántida siempre y cuando hubiera algo más contundente que especulaciones o teorías. Sabemos que a lo largo de la historia de las civilizaciones, los centros urbanos nacen y mueren constantemente. Sin embargo, según muchos historiadores, como el conservador del Departamento de Antropología del Museo Field de Chicago, «son meras especulaciones sin fundamento pensar que la destrucción de la Atlántida condujo a la creación de otras civilizaciones en todo el planeta».
El profesor Tad Brennan, del Departamento de Filosofía y Clásicas de la Universidad de Northwestern, explica el fenómeno que lleva a tomar elementos genéricos del mito y buscarlos después en el mundo real. «Con la búsqueda de la Atlántida ocurre lo mismo que —afirma— si dentro de mil años alguien encontrara un ejemplar del Mago de Oz y fuera a Kansas a buscar casas con refugios para los tornados. Las encontraría sin dificultad, y quizá también se topara con alguna niña llamada Dorothy, pero se equivocaría si de ello dedujera que los munchkins y la Ciudad Esmeralda han existido en la realidad. Platón sólo pretendía hacer un relato moral para denunciar los defectos de su ciudad, Atenas.»
El caso de la Atlántida está muy lejos de cerrarse y no dejan de aparecer constantemente indicios que apuntan a su existencia. En el año 2004 otro equipo afirmó haber encontrado las ruinas de una ciudad antigua en Chipre, cuyas características coincidían con sesenta de las pistas dejadas por Platón. En la costa de la isla de Cuba, Paulina Zelintski, ingeniera oceanográfica que buscaba navíos hundidos con un sónar, encontró a seiscientos metros bajo el mar lo que parecen restos de otra ciudad antigua. Los arqueólogos cubanos que han examinado los vídeos tomados por Zelintski dicen que en las estructuras se aprecian símbolos y relieves. Está ubicado exactamente a 144 kilómetros de Yucatán y a 208 de las Bahamas. El matrimonio Little cree posible que Cuba resuelva en un futuro el misterio del continente perdido. Y aunque no se tratara de la Atlántida tal y como les contó Platón a los atenienses, tanto ellos como George Erikson y varios científicos en todo el mundo están dispuestos a demostrar que hace once mil años existió una civilización esencialmente marítima que tras la desaparición de sus tierras se implantó en otras zonas del planeta. «Estoy convencido, como muchos otros —dice Greg Little—, de que la Atlántida abarcaba muchas zonas. Ése es el problema. Era un imperio marítimo insular, y probablemente tendría una capital que aún no se ha encontrado, pero un imperio insular cuenta con puertos y ciudades en todas partes. Y creo que lo que se está descubriendo en la costa de la India, en zonas de Sudamérica, probablemente lo que estamos investigando en las Bahamas, lo que se ha encontrado incluso en zonas del Mediterráneo, y en España y Francia, creo que todo pertenece a la Atlántida.»

Para el antropólogo autor de Atlantis in America, George Erikson, «si la leyenda de la Atlántida es cierta, y si las leyendas de los mayas son ciertas, que se produce una destrucción periódica por la arrogancia del hombre, debemos fijarnos en cómo nos estamos comportando hoy día, comprender que estamos contaminando, creando una catástrofe ecológica en el planeta, igual que los atlantes hicieron, y que Platón dijo que su arrogancia fue la causa de su destrucción».